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Ni siquiera el fuerte sol amazónico impide a Marcelino Apurinã, de 73 años, realizar inspecciones diarias de su Sistema Agroforestal (SAF). El SAF es una técnica de plantación que entrelaza, en el mismo espacio, especies autóctonas al cultivo de alimentos –todo ello sin veneno y de forma sostenible–.

“El SAF es un modelo que utilizamos hoy sin devastar la naturaleza. Se hace donde los árboles ya han sido talados. Así que estamos reforestando. Aquí tenemos una diversidad de plantas. No es monocultivo”, dice Marcelino Apurinã, orgulloso. 

Esta unión entre la selva amazónica y los alimentos típicos locales es buena para el medio ambiente y ayuda a recuperar zonas deforestadas. Hasta ahora, él y su familia han reforestado una superficie de 120.000 metros cuadrados.  

La reforestación no podría ser más oportuna, ya que el SAF de Marcelino está en Lábrea (AM), en el arco de la deforestación, como se denomina a la región donde la selva arde a un ritmo mucho más acelerado que en cualquier otra parte del bioma. 

“Estamos recuperando la naturaleza. Así que hoy plantamos açaí, ananá, babaçu, tucumã… En medio a todo esto, cultivamos mandioca, con la que hacemos harina. Los amazónicos no pueden vivir sin su harina”, dice riendo el indígena Apurinã.

De la esclavitud al paraíso: una historia Apurinã 

Todo esto ocurre en la Aldea Novo Paraíso, dentro de la Tierra Indígena Caititu (AM). Pero para llegar a donde está ahora, Marcelino Apurinã tuvo que enfrentarse a tiempos sombríos y sobrevivir a la violencia colonial contra los pueblos indígenas del sur del Amazonas. 

“Nuestro pueblo fue exterminado por los patrones. Sólo mi abuelo, un curumim, a quien el patrón crió, escapó. Luego trabajó para el patrón, pero se peleó con él y huyó. Nos expulsaron. Los patrones se apoderaron de nuestras tierras”, cuenta el indígena.

En aquella época, dominaban los patrones del caucho, quienes explotaban la mano de obra esclava indígena para producir látex, que abastecía a la industria bélica estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. 

“De toda la esclavitud, la peor era la de los asesinos de indios, que corrían detrás de los indios y prendían fuego a las malocas. Y los que mandaban eran los patrones y los caucheros, que mataban indios a lo loco. Casi nos aniquilan”, cuenta Marcelino.

Para escapar de las plantaciones de caucho, recorrió el río Purus durante cuatro días en canoa. Luego llegó a la zona urbana de Lábrea (AM), donde la Tierra Indígena Caititu acababa de ser reconocida por el Estado brasileño. Y allí encontró este pequeño rincón, que se convirtió en la aldea nuevo paraíso, el hogar del cacique Marcelino y su familia.

Floresta que cura a alimenta

Maria dos Anjos Nogueira, esposa de Marcelino hace 50 años, tiene una extensa huerta medicinal en el fondo de la pequeña casa donde vive con su marido.

“Hay tés para problema de ACV [Accidente Cerebrovascular], para problemas de circulación y venas obstruidas e incluso para la malaria”, dice la agricultora.

Es difícil encontrar una enfermedad para la cual doña Maria no tenga un remedio en su patio. De origen Apurinã, ella aprendió desde muy temprano que la foresta es también una farmácia. El conocimiento tradicional es herencia de una época en la cual la salud indígena aun no era una política pública en Brasil. 

“Yo no puedo vivir sin estas plantas. Porque es una medicina muy valorada”, dice Maria. 

“Ahora hay equipos de salud que atienden a los indígenas. Pero al principio no había ninguno. Los niños tenían muchas lombrices, enfermaban, así que hacíamos mucho té de raíces. Cuando llegó la salud, mucha gente abandonó su cultura. Por eso quiero continuar”, dice doña María.

Doña Maria está acostumbrada a que sus parientes apurinã le pidan remedios de su huerto medicinal. No deja de ayudar, pero siempre les da un empujoncito: “Les digo que tienen que plantar para hacer lo que yo hago. Que no estaré aquí para siempre. Hoy tengo porque siembro. Y aprendí de mi madre”, aconseja.

Desarrollo sostenible en la práctica 

La producción de la Aldea Novo Paraíso sirve para alimentar a los hijos, nietos y bisnietos de la pareja. El resto se vende a comerciantes de la ciudad de Lábrea y ayuda a ingresar dinero en la cuenta de la extensa familia de más de 50 personas.  

La Tierra Indígena de Caititu está a orillas de la BR-230, la autopista Transamazónica, que se ha convertido en uno de los principales vectores de deforestación de la selva. 

“Como estamos cerca de la ciudad, es una aldea que ya no tiene caza ni pescado. Tenemos que cultivar, tenemos que producir. Estamos a 200 metros del agricultor, a los lados hay comunidades y luego está la ruta”, dice Marcelino.

La tradición del achiote cobra nuevo sentido 

El pilar de la producción de la Aldea Novo Paraíso es el pimentón, elaborado a partir del achiote, un fruto que forma parte de la cultura indígena brasileña. Todas las fases de preparación tienen lugar dentro de la comunidad: plantar, moler, condimentar y tostar. 

“Para nosotros, los indígenas, antiguamente sólo utilizábamos el achiote para nuestras pinturas, la pintura era para la artesanía. Hoy no. Como vivimos casi dentro de la ciudad, lo convertimos en condimento para darle mejor sabor y cambiar el color de la comida”, explica Marcelino.

Desde hace 10 años, el pimentón del pueblo se vende en la zona urbana de Lábrea (AM). Hace dos años, Marcelino decidió estampar el producto con su propia marca: “Colorau Marcelino Apurinã”. “Fue el pueblo quien le puso ese nombre”, bromea.

“Además de ser sostenible, hoy en día todo el mundo está preocupado por la vegetación que se está destruyendo. Así que planto para no destruir. Porque el mundo va a ser un mundo para que convivamos, pero sólo si lo cuidamos, lo cuidamos muy bien”, aconseja Marcelino Apurinã.

Edición: Rodrigo Durão Coelho






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